JUAN BLAS HERNÁNDEZ, EL ETERNO INSURRECTO (II)
Con el insurrecto, nació el mito en el imaginario popular. Un periodista de aquella época nos dice:
“Blas Hernández, guajiro, tipo de guerrillero
colonial, que hacía la guerra a Machado en las regiones rurales, seguido de
unos cuantos campesinos. Blas Hernández permaneció varios años alzado en
armas.... Blas Hernández era un fantasmón que gozaba con sentirse perseguido
por las tropas gobiernistas. En su alma
vivía el bandolero sentimental. Le encantaba el paisaje mambí, como buen
campesino, y le extasiaba el peligro. Por lo demás no tenía la más vaga
idea de la época. Para él, las reformas sociales eran sombras. Vivir en una
rebeldía de poético paisaje verde y azul era todo”[1].
Integrantes de la guerrilla de Juan Blas
Tras
penosa caminata arriba a la finca Boca Chica, donde su dueño, Rafael García, le
brinda protección. Acompañan a Juan Blas, su hijo Mario, de 19 años y José de
la Paz Díaz. Dos días después de sorpresa de Guaranal, el comandante militar de
la provincia de Camagüey, ante la gravedad de los sucesos, permite la creación
de milicias "integradas por hombres de absoluta confianza del
gobierno". Esta disposición posibilitó la constitución de una milicia de
cien miembros en Ciego de Ávila y otra de cincuenta en Morón[2].
Transcurren
dos meses. La pierna ha sanado y puede permitirse caminatas largas por dentro
del monte cerrado. Siempre evita el camino real y veredas donde circulan
soldados e integrantes de la Guardia Rural.
Establece su segundo campamento en las fincas Los Charcazos, de Nicolás
Olivera, ubicada en Taguasco. Por esos días, sufre la pérdida de José de la Paz Díaz, quien marcha al exilio,
al acogerse al indulto que ofrece el Gobierno.
Luego
de un breve recorrido por la zona de Taguasco, acompañado por Nicolás Olivera y
Santiago García, regresa a Boca Chica. A su Cuartel General comienzan a llegar
otros revolucionarios, entre ellos un hombre alto, fornido, de mirada
penetrante. Es Francisco Negrín, de origen canario y también integrante del
pronunciamiento del día 9 en Morón. Al igual que Juan Blas continuó la lucha
armada, en su caso en las lomas de Florencia.
Sin anunciarse arriba un mecánico de máquinas
de coser que al hablar parece que mastica las palabras. Se llama Yonathan
Yonohik, es alemán. Y entraga un cargamento de armas y municiones[3].
El
reclutamiento se incrementa. Con frases sencillas Juan Blas explica a sus
hombres las razones de la lucha y los métodos que empleará para combatir a las
tropas entrenadas y bien armadas del Mussolini Tropical. Se organizarán en
pequeños grupos de ocho a 10 guerrilleros, dirigidos por un sargento o
teniente. Unos quince hombres integraban el estado mayor, en septiembre de
1931. Como jefe, el canario Francisco Negrín García; lugarteniente, José Soto
Cervantes; jefe de administración, Miguel López Ríos; Mario Hernández Peña
fungía era teniente ayudante; Eduardo Camacho Casariego y Eugenio Abreu, capitanes; José Negrín,
sargento, entre otros. También incluía consejeros civiles[4].
Todos
firman el Juramento del Ejército Libertador. Luego estudian o escuchan, porque
pocos saben leer, las normas de conducta regidas por la Orden Número Uno. Los
rebeldes, divididos en 32 destacamentos, recibirán durante la contienda la
ayuda de una red de colaboradores que Juan Blas y sus lugartenientes crean en
los poblados y en el campo. En Iguará el
farmacéutico Benito Lage, en Sancti
Spírtius, los Sánchez Bonachea; Primitivo Sánchez en Arroyo Blanco; el Dr. Carrillo
en Remedios y el médico Arturo Vilela, representante de Juan Blas ante la Junta
Revolucionaria en el exilio.
«Venga
a buscarme»
La
zona de operaciones de las fuerzas de Juan Blas es amplia. Incluye las
jurisdicciones de Trinidad, Yaguajay, Remedios, Caibarién, Majagua, Morón,
Ciego de Ávila, entre otras. Mediante hábiles emboscadas logran mantener en
jaque al enemigo y apoderarse de armas y caballos. Sin dudas reeditan las
experiencias de la Guerra del ’95.
Ante
tal empuje, el dictador ordena al comandante Jiménez Fusté perseguir a sangre y
fuego a los rebeldes. Pero fracasa, el escurridizo jefe aparece y desaparece
con asombrosa facilidad.
Comprende
Machado que le es imposible destruir a los guerrilleros mediante la violencia y
sin esperar más tiempo envía al capitán
Erasmo Carrillo Vergel para que se
entreviste con Juan Blas y negocie su presentación. En la primera
reunión, efectuada en Quemadito, Iguará, el 9 de marzo de 1933 el jefe rebelde
responde:
―«Si el presidente Machado se encontrara en una
celda en el Castillo del Príncipe, u otro penal, yo sería capaz de acompañarle,
pues seríamos dos hombres los sacrificados, pero sería la salvación de Cuba y
sus habitantes (…) Mis hombres y yo estamos dispuestos a morir (…).»[5]
En
la misiva que dirige al Asno con Garras expresa:
Estamos
dispuestos a continuar con la misma actitud mientras no haya cambio radical, y
por ningún motivo abandonaremos el territorio nacional, puesta estamos poseídos
de un derecho por dos razones; una, por ser éste un gobierno ilegal y otra,
porque somos cubanos, unos por nacimiento y otros por naturalización. Además,
somos dignos, honrados y estamos alzados en armas por reconquistar una patria
libre e independiente, según quisieron hacer nuestros antecesores[6].
Quince días más tarde se produce otro encuentro, propiciado esta vez por políticos de Morón, amigos del líder rebelde. La nueva reunión con el capitán Carrillo Vergel se efectúa en la finca La Culebra, en Remedios. Juan Blas no transige.
"En el pueblo de Venegas, se estaban
concentrando fuerzas del Ejército en número crecido, pensé se me tramaba una
traición, consistente en hacernos prisioneros o exterminados de una forma u
otra, no por iniciativa del ya mencionado Capitán Carrillo, sino orden expresa
del presidente Machado, o el jefe del Estado Mayor del Ejército, y, por ese
motivo de marchas y contramarchas, con el objeto de hacer una intensa campaña y
reanimar los ánimos de algunos que por las propagandas de los secuaces del
gobierno, creían el país en estado de paz.
Que
después de hacer todas las operaciones antes citadas y acampados en lugar cuyo
nombre guardo reserva, hice una exploración de la voluntad de todo el personal
a mis órdenes allí reunidos; y todas mis preguntas se contestaron. “Nosotros
tenemos contraído un juramento con la Paria de no regresar a nuestros hogares
hasta no verla libre de la dictadura de Machado, y primeros muertos, antes de
retroceder ante ese juramento"[7].
Contra el Chacal
El Chacal de Oriente
Al
fracasar este oficial, Machado envía al sanguinario Arsenio Ortiz, conocido
como el Chacal del Oriente, responsable de la muerte de cientos de
revolucionarios en la indómita provincia.
Sin
embargo, de nada le vale al comandante Ortiz los 2 000 soldados que cumplen sus
órdenes en la campaña, ni tampoco el moderno armamento con que contaba. Los
guerrilleros atacan y enseguida desaparecen, desconcertando a los uniformados.
Desesperado,
el oficial machadista ofrece 5 000 pesos a quien le entregue vivo o muerto a
Juan Blas. Desde la manigua le responde el caudillo: «Yo también doy 5 000
pesos por Arsenio Ortiz», y agrega: «Usted sabe bien donde estoy, venga a
buscarme.»
Una
ola de terror recorre los bohíos y veredas. La represalia gubernamental crece.
En el poblado de Jatibonico, perteneciente al término municipal de Morón los
guardajurados son asaltados y despojados de su armamento por un grupo de
guerrilleros. Ortiz ordena que maten a tres de ellos, para que el hecho no se
repita. A punto está de caer en manos de feroz persecutor cuando es sorprendido
en Boca Chica, junto a su estado mayor.
Rodeado, ante la imposibilidad de romper el cerco se ocultaron en los
árboles. Luego caminaron 18 leguas sin detenerse.
Esta represalia solo aviva la rebeldía, puesto
que las protestas aumentan ante los desmanes del ejército y Machado se ve
obligado a retirar a su esbirro. Sin embargo, las acciones continúan. Los
alzados sufren la pérdida de Canuto González, Fermín Artiles, Luis Obregón y
Manuel Salas.
A
pesar de los combates, los periódicos, sometidos a la censura del régimen, poco
publican y cuando lo hacen es para calificar de bandoleros a los
revolucionarios o para decir que Juan Blas ha abandonado el territorio
nacional. Esta campaña mediática el caudillo la burla con el Suplemento del
Rebelde, editado en uno de sus campamentos, en el cual da a conocer al
pueblo las razones de su lucha y exhorta a la población a que se integre al
Ejército del Decoro.
Por
otra parte, en Estados Unidos las acciones de Juan Blas y sus hombres se
divulgan a través de la revista Time y del influyente New York Times.
El mediador
En
el mes de mayo llega a la Isla Benjamín Summer Welles, nuevo embajador
norteamericano. Trae instrucciones de mediar entre la oposición y el dictador.
Las organizaciones de derecha se pliegan a los mandatos del yanqui. En el
hacendado y abogado Antonio González de Mendoza, encuentra un eficiente
colaborador, quien junto con el abogado
moronense Esteban Rodríguez Herrera y Arturo Vilela, aconsejan a Juan Blas que
suspenda las acciones para facilitar el éxito de la mediación norteamericana.
Benjamín Summer Welles
La
Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York también le ha orientado detener las
hostilidades. Juan Blas se debate entre acatar o seguir la lucha. Se decide por
la primera de las opciones. Su decisión es expuesta en un documentado, fechado
en Jaronú el 15 de junio de 1933:
“(…) hago receso de mis actividades revolucionarias, sin haber entregado mis armas, esperando el resultado de la Mediación, a pesar de que no soy partidario de que manos extrañas tomen parte en los arreglos de nuestras problemas nacionales; primero, porque demostramos incapacidad propia para ello; segundo porque ésta merma nuestra moral; ya que no podemos invocar una soberanía material que no existe, porque nos la enajena el Tratado Permanente, llamado Enmienda Platt; no obstante aceptar ingerencia es, desgraciadamente, reconocer la necesidad del Apéndice. Por esta circunstancia y otra que no apunto, he tomado con disgusto esta decisión temporal mía. Si he venido a ella, ha sido por súplicas que han hecho los distintos sectores oposicionistas y también al conocer el lamentable final que ha tenido la Junta Revolucionaria Cubana al disolverse, y más que nada por el abandono en que me han tenido. Sin embargo, terminada la mediación, si no es de mi agrado, volveré a mi postura primitiva, aunque como está ahora, solo cuentos con la ayuda de los míos y la mía propia”[8].
[1] Enrique Lumen:
La revolución cubana (1902-1934), México, 1934, pág. 70.
[2] Academia de Ciencias de Cuba: Índice histórico de la provincia de Camagüey
(1899-1952), Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1970, pág. 162.
[3] Manuel A. de Paz Sánchez: «La
insurrección del paisaje. Acercamiento a la crisis cubana de 1933», en
Dialnet-lainsurrección del paisaje.Acercamiento de la crisis
cubana.2231598.pdf., pág.16.
[4] Ídem.
[5] Manuel de Paz: Ob. cit; pág. 17.
[6] Ídem.
[7] Pablo Fadraga: «Juan Blas y la
revolución del 30» trabajo inédito, en archivo del autor, pág. 6.
[8] Ídem,
pág. 18.
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