JUAN BLAS HERNÁNDEZ, EL ETERNO REBELDE (III Y FINAL)
Por José Antonio Quintana García Ya en esa fecha Juan Blas había alcanzado categoría de mito. Escribía un cronista: “Cuentan que es un perfecto mambí, que aparece y desaparece, sin tocarlo los proyectiles de la tropa (…) es un guerrillero de los viejos tiempos, como los que iniciaron en España la decadencia militar napoleónica”.[1] En el mes de julio, se refugió en las montañas de Trinidad, donde lo entrevistó J.D. Philips, corresponsal del New York Times, quien llama Sandino de Cuba al rebelde.
Durante el proceso de la Mediación, Welles solicita
garantías para la vida de Juan Blas. Machado le responde:
“(…) la
Secretaría de Estado ha recibido una carta de usted en la que solicita
determinadas garantías para el coronel Juan Blas Hernández. No es coronel, ni
siquiera revolucionario, sino un hombre fuera de la ley, perseguido por las
autoridades, que se escuda en la protesta revolucionaria. Yo no puedo darle a Blas
Hernández garantías de ninguna clase, porque él está sometido a la jurisdicción
de los jueces comunes, pero no puedo permitir tampoco que usted le dé el trato
de coronel que le da en su carta y quiero advertírselo”[2].
Ciertas o no, esta conversación que se incluyeron
en las memorias de Machado, publicadas en Miami en 1982, demuestran el rencor
del dictador hacia su enemigo irreconciliable.
La huida del
tirano
General Gerardo Machado
—«Esto se acabó», dijo Machado aplastado por la
avalancha de acciones en su contra. Las arrugas eran más visibles en su rostro.
Había llegado el temido día de la renuncia.
Unas horas más tarde, escapó en un avión del furor popular. Era el 12 de
agosto de 1933.
Las
herraduras de más de 2 000 caballos hirieron el asfalto en las calles de Morón.
Al frente iba, erguido y rebosante de alegría, Juan Blas Hernández, escoltado
por su Estado Mayor, detrás, una muchedumbre calculada en más de 3 000
personas, según la prensa de la época. Aquel domingo 20 de agosto recibieron
homenaje de héroes y los músicos de la Banda Municipal de Conciertos trabajaron
hasta el agotamiento.
Juan Blas se traslada con su Estado mayor para La
Habana. Visita la redacción del Diario de
la Marina. Periódico conservador, que en su edición del 22 de agosto
publica una semblanza del guerrillero. Poco
tiempo permanece en la capital cubana ya que las nuevas autoridades lo designan
inspector general de montes y minas de la provincia de Camagüey.
En una ratonera
Regresemos en el tiempo. Domingo 7 de mayo de 1933.
El vapor Peten, perteneciente a la United Fruit, se desliza por las aguas
turbias de la bahía de La Habana. En la proa, un hombre delgado, con ademanes
delicados escruta las murallas de los castillos, indefensos ante él, pirata
contemporáneo que no necesita cañones para imponerse. Es Summer Welles, nuevo embajador de Estados
Unidos en Cuba.
Ha recibido orientaciones del presidente Theodore
Roosevelt para buscar una salida a la crisis del tambaleante gobierno
machadista y, al mismo tiempo, proteger los intereses de los norteamericanos en
la Isla.
Su plan consiste en lograr, a través de
conversaciones entre la oposición y representantes del gobierno, una solución
que no implique cambios radicales. En otras palabras, abortar la revolución que
cada vez parecía estar más próxima.
Pacificar la Isla era requisito indispensable para
el cumplimiento de su proyecto. Llaman a este proceso mediación. Welles
encuentra eficaces colaboradores en los líderes de los viejos partidos
políticos y en el ABC, organización de corte fascista que dirige el abogado
Joaquín Martínez Sáenz. Cosme de la Torriente, ex coronel mambí de vasto
currículum como testaferro de los yanquis y uno de los líderes de la Asociación
Unión Nacionalista, junto con el hacendado Antonio González de Mendoza,
destacan entre los incondicionales.
Este último, dueño y fundador del central Cunagua
(hoy Bolivia), tiene relaciones de amistad con Juan Blas Hernández, pues en
1922 el recio guajiro trabajó en el fomento de su colonia de Manga Larga, en
territorio del entonces término municipal de Morón. Tales vínculos los aprovecha
para persuadir al caudillo rebelde. Lo convence de que cese la lucha armada. En aquellos momentos la
Junta Revolucionaria Cubana, organización que dirigió el alzamiento del 9 de
agosto de 1931, en el cual Juan Blas participó, se había disuelto, además, la
jefatura de la Asociación Unión Nacionalista, coma ya referimos, a la que
también estaba vinculado el guerrillero, se plegaba a las maniobras de Welles.
Coronel Carlos Mendieta
Sin dudas, era una difícil encrucijada. Para
decidir el camino correcto hacía falta luz larga, visión política, pero él
carecía de ella.
A finales del mes de julio nombró a delegados que
se entrevistaron con Welles y con los mediacionistas. Sus condiciones: «Cese de
operaciones, no entrega de armas, no prisionero y no presentado», fueron
aceptadas por el Gobierno. Mientras esperaba el resultado de las conversaciones
entre Machado y la oposición se trasladó para el central Cunagua, acompañado de
su Estado Mayor. Al resto de sus combatientes los autorizó a regresar a sus
casas. La tropa sobrepasaba la cifra de 600.
El camino equivocado
Morón. En los salones de las sociedades de instrucción y recreo, los bailes terminaron en la madrugada. Fue un día también inolvidable para los comerciantes. Luego un avión trasladó a Juan Blas hacia La Habana. En Jesús del Monte, alejado del bullicio citadino, implantó su improvisado campamento.
La capital se movía. Welles se sintió satisfecho
porque en la silla presidencial estaba sentado Carlos Manuel de Céspedes, dócil
a sus indicaciones. Mas el pueblo no quiso que le escamotearan la revolución.
Estudiantes, sargentos y obreros protestaron. Conspiraron. El 4 de septiembre,
en Columbia, un grupo de sargentos se sublevó, iniciando un movimiento que
derribó de su cargo al hijo del Padre de la Patria. Surgió el gobierno de la
Pentarquía, después uno de sus miembros, el doctor Ramón Grau San Martín, fue
designado presidente de la República. Su secretario de Gobernación, Antonio
Guiteras, y otros funcionarios progresistas propusieron medidas de beneficio
popular. Welles apreció que peligraba el resultado de sus artimañas.
Y comenzó a estimular un golpe
contrarrevolucionario. Esta vez, empleó a sus viejos aliados y a ex oficiales
machadistas. Juan Blas, hombre de acción, también fue incluido en los trajines
secretos. Había demostrado su lealtad incondicional a Mendieta cuando Grau le
ofreció el cargo de ministro de Agricultura lo rechazó. En unas breves
declaraciones expresó que “(…) él era admirador de y seguidor del coronel
Mendieta, con el que colaborará contra el gobierno revolucionario de Grau[3].”
Primero asistió a una reunión en la casa de Cosme
de la Torriente, en la asamblea participaron, además del abogado, Carlos
Mendieta y el ya mencionado Antonio
González de Mendoza, con quien volvió a encontrarse al día siguiente en la
embajada de los Estados Unidos.
Al representante del Departamento de Estado yanqui
pusieron al tanto del levantamiento armado en ciernes. Era oportuno combinar
las acciones armadas urbanas con las rurales. Y nadie mejor que Juan Blas para
dirigir estas últimas. Le ordenaron marchar de inmediato hacia Las Villas para
reeditar la lucha guerrillera.
Batista envió de inmediato un grupo de soldados y
estudiantes para sofocar el levantamiento. Ocuparon la sede del Ayuntamiento de
Morón, desarmaron a la policía municipal, integrada por simpatizantes de Juan
Blas. Los 20 detenidos fueron enviados a la Fortaleza de La Cabaña, en La
Habana.
La persecución se recrudeció. Guiteras, sin
embargo, cuando conoció la presencia de Juan Blas en el monte, envió a Vicente
Grau para que le demostrara que su decisión era errada. Guerrillero como él en
tiempo de Machado sin dudas simpatizaba con aquel guajiro atrapado en las manos
de los generales y doctores politiqueros.
También negoció con Mario, hijo del caudillo, para que llevara un
mensaje, en el que daba un plazo, para que depusiera las armas.
Desde San Felipe, Camagüey, Juan Blas declaraba a
la prensa:
No estoy de
acuerdo con la actual administración porque son incompetentes. Yo no estoy en
rebeldía, pero no puedo estar de acuerdo con la presente situación. Nosotros
luchamos contra Machado creyendo que el triunfo
de la revolución traería armonía y paz, pero éste no ha sido el caso.
Por esa razón me he retirado a las montañas, donde al menos puedo respirar aire
puro… yo sé que estoy siendo perseguido. Conozco los movimientos de mis
perseguidores. Ellos creen, algunas veces, que voy a rendirme, pero yo le di al
ejército de Machado grandes problemas. Yo conozco estas montañas como la palma
de mis manos y esto es lo que cuenta ahora.[4]
Welles continuaba al tanto de las acciones del guerrillero. El 25 de septiembre escribe:
El coronel Juan Blas Hernández, que en los últimos
diez días había intentado dirigir una revolución en la provincia de Santa
Clara, llegó esta mañana a La Habana para hacer una ostensible paz con el
Gobierno de Grau San Martín. El motivo de su rendición aparente es que le fue
ordenado por el coronel Mendiet9a de quien él es su subordinado, basándose en
que todavía no se han formulado planes
satisfactorios para una revolución nacional en vista de que aún existe la
posibilidad para una solución pacífica y porque Blas Hernández no cuenta con
suficientes armas ni pertrechos para revuelta exitosa[5].
Juan Blas, al centro, a la izquierda Fulgencio Batista y a la derecha Ramón Grau San Martín
Una vez en la capital de la República, Juan Blas fue recibido por el presidente Grau y Fulgencio Batista, entonces jefe del ejército, en el Palacio Presidencial,. Al concluir el encuentro el insurrecto “manifestó que él no se sublevó contra el Gobierno al cual acata, debiéndose lo ocurrido a un mal entendido[6]”. Para la historia quedó una foto que registra aquella entrevista. El 1ro. de octubre la revista Bohemia,
¿Estratagema para despistar al Gobierno?
El 2 de octubre La Habana amaneció en estado de
sitio. Numerosos automóviles y camiones se movían veloces trasladando a miembros del ejército, la
policía y la marina. En el Hotel Nacional ex oficiales machadistas se habían atrincherados. Alentados por Welles
y militantes del ABC que prometieron respaldaron, decidieron ocupar el
inmueble. Buques de la Marina de Guerra los cañoneó. Fuerzas del ejército y
seguido de Antonio Guiteras rodearon a los amotinados que, luego de resistir en
vano, se rindieron.
Muchos fueron asesinados por los soldados de
Batista una vez depuestas las armas. Este fracaso no detuvo a Welles, pues
continuó desde las sombras organizando otro levantamiento armado el cual se
efectuó el 8 de noviembre, dirigido por el ABC, Rafael Iturralde, el ex
comandante Leonard, el capitán Guillermo Martull y Juan Blas Hernández.
San Ambrosio
Los conspiradores acordaron tomar los cuarteles de
Dragones, San Ambrosio y Atarés; la base aérea de San Andrés y bombardear la
Columbia en caso de que los conjurados
de allí no cumplieran su palabra de apoderarse de la guarnición, principal
enclave militar del gobierno en la capital del país. Confiaban en que al
levantamiento se incorporan policías. Batista supo los detalles del plan el día
7 cuando cayó en su poder un cabo de apellido Galíndez, delator de sus
compañeros.
Aunque Juan Blas y los demás líderes del movimiento
supieron este hecho decidieron continuar. A la una y media de la madrugada del
día ocho, en el aeropuerto de San Andrés, integrantes del ABC ocuparon la
instalación. Comenzaba así la sangrienta jornada. Media hora más tarde Columbia
era bombardeada y Batista escapaba de puro milagro. La reacción de la
artillería antiaérea desanimó a los atacantes. También sin éxito resulto el
bombardeo al Palacio Presidencial.
Durante las últimas horas del 7 de noviembre los
sediciosos se apoderaron del Cuerpo de Aviación en el campamento de Columbia,
los cuarteles de Dragones, San Ambrosio y Atarés. Estaciones de Policía, otras
instalaciones militares, las secretarías de Instrucción Pública, Sanidad y
Comunicaciones, el Gobierno Provincial también cayeron en manos de los
amotinados. La gravedad de los sucesos causa alarma en las sedes diplomáticas.
El embajador de España, escribe a Madrid:
"Aeroplanos sublevados provistos ametralladoras tiraron sobre Palacio presidencial. Durante la noche reinó gran confusión que a las 11 de la mañana aún sigue, sin que se sepa el resultado de la lucha. Esta mañana grupos de ABC se apoderaron de Estación de Policía, los cuales en estos momentos se tirotean con fuerzas del Ejército. Cuartel de San Ambrosio y de Dragones se hallan sublevados. Rebeldes defienden la candidatura Céspedes para presidente de la República"[7].
De las posiciones ocupadas la Jefatura de la Policía, resultaba un lugar estratégico porque estaba ubicada a una cuadra del Palacio Presidencial. Parecía que el Gobierno de los Cien Días esta vez no resistiría la embestida de la reacción.
Arturo Nespereira, ex capitán machadista, al mando
de 200 hombres realizó la audaz acción, pero inexplicablemente no atacó la sede
del Gobierno. Juan Blas, escoltado por un grupo de sus fieles, llegó a la instalación
policial. Opinaban que debía atacarse sin dilación al Palacio. Y marcharon a
ejecutar la audaz acción. Ramón Grau San Martín narra:
Una multitud armada de cuantos instrumentos
creyeron aptos para el asalto se dispuso a entrar en acción. Vienen a tomar
Palacio, me dijeron. Ordené que las antiaéreas
en la azotea se prepararan a disparar al aire, mientras los soldados
apostados en las ventanas lo harían hacia delante. Quería así evitar una
innecesaria efusión de sangre. Cuando la multitud se disponía ya cruzar la
calle, ordené el fuego. El estruendo fue terrible, y la reacción, la esperada:
una fuga desordenada y estrepitosa en que sólo quedaron sombreros, palos,
rifles y trastos viejos desperdigados por toda la plazoleta frente a Palacio,
como trofeo de aquella batalla que habíamos ganado[8].
Luego de este revés, muchos sediciosos desertaron.
Juan Blas, acompañado de un grupo de fieles, resistió en la Jefatura de la
Policía el fuego de las ametralladoras. Guiteras, al frente de la guardia de Palacio, grupos de civiles
armados y marineros atacó sin tregua. Era insostenible mantener aquel reducto. Cuarenta
y dos muertos pagaron la hombradía y numerosos heridos, entre ellos Juan Blas, según
el historiador mexicano Paco Ignacio Taibo. Agrega el investigador que lo
remitieron a la clínica Casuso y de allí escapó para sumarse otra vez a los
sublevados que se retiraron hacia San Ambrosio[9].
Por órdenes de Guiteras los barcos de la Marina
iniciaron el cañoneo a San Ambrosio. El crucero Cuba comenzó el ataque. «Tronó
el cañón desde la cercana bahía habanera. Ripostaron los amotinados con el
fuego de ametralladoras 50: Browning y Vickers. Pero la artillería naval había
destrozado el vetusto inmueble colonial, antaño hospital militar.»[10]
Crucero Cuba
A las doce de la noche los atrincherados allí
reconocieron que la resistencia era infructuosa y conferencian. El jefe,
comandante Ciro Leonard, ordenó dirigirse al Castillo de Atarés. Fue un error
imperdonable.
Juan Blas, que se sentía como pez fuera del agua,
no estuvo de acuerdo y expresó que lo mejor era refugiarse en las lomas de
Managua, reorganizar a la tropa y después regresar a tomar La Habana. Sin
embargo, prevaleció el criterio de Ciro, quien mostró un telegrama del ex
coronel Amiel, otro de los sublevados, en el que le aconsejaba desplegarse
hacia Atarés, en espera de su avance con 5 000 hombres desde Las Villas. En el
fondo, late la esperanza entre los militares de que se efectúe la intervención
de los marines yanquis a su favor.
Castillo de Atarés
El pánico, la inseguridad
reinaban en La Habana. Una emisora de radio clandestina incitaba a la población
que saqueara las propiedades de los españoles y norteamericanos.
Dicho
castillo está en zona muy poblada que sufrirá efectos bombardeo. He recomendado
españoles que evacuen dicha zona, ayer fueron afectados algunos edificios por
granadas del crucero cubano en bombardeo cuartel San Ambrosio. Me puse en
comunicación jefe gubernativo rogándole suspendiera fuego de artillería hecho sin
previo aviso, pues bombardeo había alcanzado residencias españoles. Hablé por
teléfono con presidente República quien se manifestó optimista esperando
triunfar gobierno.
En cambio otros sectores confían victoria
revolucionarios. Tengo noticias graves interior República adonde se ha
extendido revolución sobre todo Santa Clara y Oriente[11].
¿Quién es Blas Hernández?
A la fortaleza llegaron en la madrugada del día 9.
Se congregaron más de 1 500 personas, pertenecientes a diferentes fuerzas
políticas. Todos bajo el mando de Ciro Leonard. Mientras, el capitán Gregorio
Querejeta, leal al gobierno, con fuerzas de infantería, apoyadas por el fuego
de morteros y cañones comenzó el asalto al recinto amurallado convertido en una
ratonera. Cada granada de perdigones que explotaba en el recinto causaba
estragos. La lluvia metálica tiñó de rojo las antiquísimas piedras. Aquello era
insoportable.
Por paradojas de las Historia, entre los últimos
compañeros de lucha de Juan Blas estaba un selecto grupo de soldados que fungió
como escolta de Machado. Los cruceros Patria y Cuba cañoneaban y la artillería
terrestre también los castigaba. Una granada ocasionó la muerte a veinte
rebeldes e hirió a muchos más, entre ellos a Juan Blas.
Leonard se
suicidó con un disparo en la cabeza. Fue sustituido por el capitán Felipe
Domínguez. A las tres de la tarde ya nada más podía hacer los sitiados.
Banderas blancas bajaron por las faldas del castillo. Los soldados irrumpieron
y ordenaron a los prisioneros hacer fila. El capitán Mario Alfonso Hernández
preguntó, revólver en mano: ¿Quién es Blas Hernández?
«Yo, respondió el herido», mientras se levantaba
del suelo. Pero no pudo.
“Ya tú no vuelves a alzar”, le dijo el capitán.
Sonaron unos disparos. Y luego el tiro de gracia.
Epílogo
Son indiscutibles los méritos de guerrillero
antimachadista de Juan Juan Blas Hernández. En ese período, desde agosto de
1931 hasta julio de 1933, mantuvo una actitud consecuente. Resistió
persecuciones e intentos de soborno. Su valor y pericia fueron proverbiales y
sirvieron de ejemplo a cientos de campesinos. Fue un hombre controvertido, de
bajo nivel cultural, a quien utilizaron los intelectuales que dirigían las
organizaciones burguesas. Esta dependencia resultó fatal. Su historia hubiera
sido diferente sin estos vínculos, pero no los interrumpió como sí hicieron
otros revolucionarios. Antonio Guiteras es el caso más elocuente.
Traicionó su paso mambí, su origen clasista, cuando
puso su prestigio y fusil bajo los mandatos del embajador yanqui y de los
sectores reaccionarios frente al Gobierno de los Cien Días[12].
[1] Manuel E. de la Paz: La
insurrección del paisaje. Acercamiento a
la crisis cubana de 1933, p. 54.
[2] Manuel de Paz: Ob. cit; pág. 20.
[3] Paco Ignacio Taibo II: Toni Guiteras, un hombre guapo,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, pág. 227.
[4] Manuel de Paz: Ob. cit; pág. 23.
[5] Lionel Soto: La revolución del 33, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1977, pág. 123.
[6] Paco Ignacio Taibo II: Ob.cit, pág. 227.
[7] Telegrama cifrado nº 127 del embajador de
España en La Habana al ministro de
Estado, 8 de noviembre de 1933, citado por Francisco Javier Macías Martín: La diplomacia
española ante el “machadato” y la crisis
cubana de 1933, Premio “Seis de Septiembre” de investigación histórica
(1998) del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, copia digital en
archivo del autor, pág. 451.
[8] Paco Ignacio Taibo II: Ob. Cit; pág.
275.
[9] Ídem, pág 276.
[10] Enrique de la Osa: Ob. Cit. pág. 92.
[11] Telegrama cifrado nº 128 del embajador de
España en La Habana al ministro de Estado, 9 de noviembre de 1933 en Francisco Javier Macías Martín: Ob. Cit.,
pág. 452.
[12]N. del A.: Este trabajo tiene como antecedente el reportaje: «Juan Blas Hernández: ¿Bandolero o
revolucionario?» del que fue coautor el historiador Pablo Fernández
Fadraga, publicado en el semanario Invasor,
en dos partes el 14 y 21 de agosto de 2004. Ahora en formato de artículo,
corregido y ampliado, sirva como homenaje al colega, cuyo sueño de escribir un
libro sobre el guerrillero la muerte le impidió materializar.





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